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Cargar una mochila más liviana nos ayuda a ser felices

Ser feliz es sencillo, lo complejo es ser sencillo. Está más que medido y probado en múltiples estudios, las personas que han sido valoradas como las más felices, y que de hecho así lo han manifestado ellas mismas, no han sido aquéllas que tienen grandes fortunas de dinero a su haber, tampoco las que viven una vida agitada, siempre en alerta, con su agenda sobre cargada, sino son aquéllas personas que han aprendido a vivir sin excesos, no viajan por la vida con grandes mochilas llenas de pendientes y acumulaciones tóxicas de inagotables cantidades de cortisol, léase, estrés agudo permanente. Aprender a cargar mochilas livianas es una forma de vida más acorde con lo que nos han mostrado muchas personas y estudios realizados, de que por la vía de una mayor sencillez podremos llevar una mejor calidad de vida, una vida buena.

La creatividad y la innovación, si vemos la historia, nunca ha sucedido cuando las personas están en estado máximo de alerta, con el estrés al tope, al contrario, se ha dado cuando se logra estar con más ocio, cuando hay más recreación, cuando se aliviana la mochila que cargamos. Uno estaba reposando debajo de un árbol y le cayó una manzana en la cabeza y, ¡eureka¡, otro se daba una ducha en una tina, jugando con algo que flotaba y, ¡eureka ¡.

Las creencias gobiernan buena parte de nuestra vida, y lo hacen de manera totalmente inconsciente, de manera automática; una de las creencias más arraigadas es que la abundancia es tener mochilas más grandes que los otros, tener más que nadie, el lema radical que implica que el dinero es el que tiene todo el derecho en marcar las reglas de nuestra convivencia, es por eso que siempre estamos haciendo ingentes esfuerzos, aunque nos enfermemos, por poseer más dinero, nos hemos comido el cuento de que más es más, cuando es lo contrario, menos es más. Claramente el dinero es necesario para cubrir las necesidades básicas. Es muy interesante, nuestros ingresos se han multiplicado vertiginosamente en las últimas décadas, sobre todo en los países desarrollados, pero, los niveles de felicidad que medimos se parecen mucho a los que habían antes de la segunda guerra mundial. ¿Entonces…?

Por muchos siglos nos hemos dedicado a sobrevivir físicamente, es la función que prevalece en nuestros cerebros, cuidar la especie; sin embargo, con los avances de la neurociencia, la psicología positiva y la tecnología, hoy nuevos conocimientos están a nuestra disposición, lo que nos permite ya no solo cuidar lo físico, sino que lo interno, la mente, son un mundo nuevo a nuestro alcance. En el mundo actual donde priman la autonomía personal y los cambios permanentes, se vuelve necesario una gran alfabetización emocional, de la que carecemos totalmente. No podemos gestionar y transformar aquello que nos resulta, en gran parte, incomprensible.

La gran mochila, pesada, llena de creencias limitantes, de circunstancias castrantes, si bien es cierto muchas de esas circunstancias no las podemos cambiar, si hay una buena porción de ellas en las que sí podemos gestionar algún cambio, también hay en esa gran mochila, hábitos que nos impiden gestionar mejor la vida y sobre todo una gran ignorancia emocional, lo que nos lleva por senderos pesados cargando nuestra gran mochila, ya no solo de la pesadez que hemos aceptado de que más es más en lo material, sino también  de ese oscurantismo emocional, de esa falta de mayor conciencia para una mejor gobernanza de nuestra vida. Pareciera que el primer deber es vivir con una grande y pesada mochila a cuestas, y la vida, sin duda, es mucho más que un triste deber.

“He aprendido que toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa; no saber permanecer en reposo en una habitación”, Pascal.

El tema de la educación resulta siempre fundamental para buscar cambios más duraderos y de mejor calado en el bienestar de la sociedad. Es sabido que los niños aprenden imitando lo que ven hacer a sus padres, y lo que están viendo es a los padres cargar enormes mochilas llenas de miedos, desesperanza y soledad, una vida llena de pantallas, una sociedad donde lo importante es la puesta en escena para buscar esos segundos de fama por medio de un “like” efímero y nada sustancioso para nuestro bienestar duradero, una vida mostrada por sus padres, llena de cansancio y falsas esperanzas, y sobre todo de un enorme desapego emocional con los mismos hijos y la sociedad en general.

Aquí cito a Elsa Punset con una frase llena de esperanza y belleza elocuente en sus palabras; “si lográsemos vivir y educar a nuestros hijos con los ojos abiertos a la realidad misteriosa y palpitante, si supiésemos transmitirles el regalo que supone estar inmersos en tanta belleza y tanto misterio, no nos haría falta acumular todo lo inexplicable del mundo en supersticiones y respuestas cerradas que niegan la magia que nos rodea. No necesitaríamos infinitas distracciones y una exagerada acumulación de bienes, imágenes y sensaciones para disfrutar de la abundancia de la vida. Si fuésemos justos y observadores, sabríamos sin dudarlo que la verdadera magia se esconde en este universo deslumbrante que poco a poco estamos logrando descifrar”.

Predictores de felicidad, las buenas redes sociales
El referente correcto, básico para la vida buena.